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3 nov 2010

Con mi tanga y mis polainas: el otro lado del senderismo


Desde hace un mes subo montañas. Me cambia la perspectiva cuando estoy arriba. Y es bueno para el culo. A partir de cierta edad, una tiene el cuerpo que se merece.
Este fin de semana estuve con un grupo en la montaña palentina. Coincidimos ya en el coche de ida al sitio, por cercanía. Era su primera vez. Guapo y golfo a carta cabal. Aquello olía a rollo desde el minuto cero.
Nos estuvimos calentando todo el fin de semana. Midiéndonos. Riéndonos. En la última ruta, había un refugio, y fuera un picadero. Comentó alguien que aquél era buen sitio para una orgía. Asentí, y dije que me gustaría ser atada a aquella valla. Se disparó. Me apartó del resto, me hizo andar unos pasos, tocarle la entrepierna. Mírala, cómo está, tocámela. Lo hice, nerviosa, venía gente detrás. Bajábamos por un bosque de hayas y robles, dorado y ocre. Quería arrastrarme entre los árboles. Que se la chupara allí, de rodillas, y luego follarme bajándome los pantalones de Quechua.
Me reí. Yo también estaba cachonda.
Acabamos la ruta, comimos y regresamos en los coches a Madrid. El se cambió con mi compañera de asiento trasero. Se durmió la siesta, con la cabeza en mi regazo. Me volvió el calentón. Cuando se despertó, algo notó (el chico es todo un soltero profesional) y empezó a acariciarme la entrepierna. Abrí los muslos, receptiva, y le miré. Estaba oscuro, no parecía que los de delante se fueran a dar cuenta. Cerré los ojos y me dejé hacer. Pronto me desabrochó y unos dedos hábiles se metieron dentro de mí, juguetones. Yo lo acariciaba a él por encima del pantalón, grueso, de montaña. Guió mi mano, me ayudó a desabrocharlo, y sentí su pene, durísimo, suave. Me encantó. Yo empezaba a culebrear del placer.
De repente, paré, aquello se nos iba de madre, y me entraron a la vez ganas de hacerle sufrir. Me retiré y le aparté las manos. No le dejé seguir, rechazándolo. Por momentos, el forcejeo en susurros me excitaba aún más. Pero resistí entre risas ahogadas.
El se tumbó otra vez en mi regazo, más tranquilo. Le pedí agua a los de delante. Bebí y él me pidió la botella. Preferí dársela yo. Me incliné y le fui pasando de beber en mi boca. Fue delicioso.
No sé por qué. Me sabe muy rica.
Y aquí termina todo. De momento. Algún mensaje. Alguna llamada. Me gusta la espera en estas ocasiones. Me pregunto cómo será su pene, después de haberlo tocado un par de veces. Cuando lo pueda mirar, y comprobar si es como lo imaginé, con mis dedos, hurgando en su bragueta.
Quizá sea en el bosque, arrodillada ante él. Pero no creo que lleve los pantalones Quechua esta vez. Se admiten sugerencias.

6 comentarios:

  1. Jejejeje...ya se veía que aquellos senderos te iban a llevar a arrastrate por los polvos de los caminos....

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  2. El sexo en plena naturaleza es de las cosas más excitantes que hay...así como imaginar como será el cuerpo de la otra persona y justo en el momento en que se está desnudando es increible.

    Tengo la sensación que terminaras descubriéndolo :P

    besos!

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  3. Hola, vaya como me gusta este blog.

    Soy zitera, o sea de La Casa de Zitas, la que os ha enviado todos los correos, etc. etc.

    Tu poema se lee perfectamente, está justo debajo de video y si escuchas el video se escucha divinamente.

    Un beso.

    Cuando tenga otro rato me paso.

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  4. En el coche, atras, con los de delante en las nubes, lo he hecho un par de veces...Genial.

    Sea donde sea, habra continuación.
    No encuentro razón para pensar lo contrario.

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  5. Claro, son senderos que conducen siempre a un mismo lugar... El senderismo es sensualismo, se sabe...Y tú tan provocadora.

    mi beso

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