17 mar 2012
MORTIFICACIÓN
La novicia se volvía loca, arrastrándose por el suelo helado de su celda, aturdida, helada y enfebrecida. Le había contado aquella tarde a su confesor, el Padre Miguel cómo se despertaba en medio de la noche, confusa, sudorosa, con los muslos empapados de aquella sustancia tibia, y él le había encomendado ayuno, retiro, y mortificación de la carne.
Mientras su mente se encomendaba al Señor, evocando los padecimientos de Cristo, sentía el cilicio desgarrar su carne, y sin querer, buscaba el consuelo de la piedra gélida, frotándose contra ella. No se dio cuenta de que el Padre Miguel había entrado sigiloso, y la observaba. Se sobresaltó, y se acercó a él, de rodillas. Tomó su mano, y le suplicó perdón, besándola una y otra vez.
_ No soy digna, repetía, no soy digna. Perdón, perdón.
Él le acariciaba el cabello rubio, largo para la Norma, enmarañado y no podía apartar los ojos de la piel de aquella joven, vestida sólo con una camisola áspera, hecha un revoltijo, que dejaba a la vista sus senos, sus piernas, una parte de los muslos… La incorporó, sujetándola por las axilas. Ella mantenía la mirada baja. Levantó con suavidad su mentón, y sus ojos, llorosos, límpidos, le hicieron vacilar por un momento.
_Es menester expiar más, se oyó decir a sí mismo. No podía vacilar.
La colocó de rodillas frente a la cama, y ella se dejó hacer, sumisa. Le pidió que ofreciera su sufrimiento a Dios, que confiara en él, y comenzó a azotar la espalda de ella. Una, dos, tres veces. Fue bajando hasta las nalgas. Lanzó el látigo de cuerdas, la Disciplina, otra vez y la nueva andanada de golpes no hizo sino encabritarla más. La camisola se le había desprendido del todo y a cada azote, ella ofrecía de nuevo su grupa, impúdica, abriendo más las piernas. Cuanto más gemía ella, más redoblaba él. No podía pensar ya. Esa niña tan desnuda, tan entregada a su castigo, lo había enloquecido.
Entonces la vio: entre los muslos de ella, colgando de su sexo, había una cruz, el final de un rosario de cuentas blancas.
Paró en seco. Salió de la habitación, trastabillando, mareado. Se apoyó en el muro. Respiró hondo. Y entonces, volvió a entrar en la celda, y cerró la puerta.
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Cada palabra es intensa, empuja a seguir vibrando, fantástico relato....maravillosas fotos inspiradoras.
ResponderEliminarBesos.
Mil gracias, hacía tiempo que no escribía relato.
EliminarHay palabras que fustigan como tu cilicio: "es menester", "se dejó hacer...", "disciplina","impúdica".
ResponderEliminarTu relato es profundo y certero como la carne, sencillo, plástico y evocador. Me ha gustado. Mucho.
Besos
güzeal yakışmış ama takılan modifiyokson harika bende onun içine girmek Turkseks Bakmaya Doymanıdınz.
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