En ésto del BDSM, como en el resto de cositas de la vida, nos acostumbramos, y acostumbramos a los demás a vernos de determinada manera.
Y parece que no, pero lo de sorprender (no sólo al qué dirán, que por lo general yo creo que nos la suda bastante), sino sobre todo a nosotros mismos, abriendo puertas y entrando en nuevas estancias, da mucho gusto. Y morbo.
Y eso es lo que pasó el otro día en una fiestecilla. Alguien que siempre, aparentemente, había acomodado su vida al papel de "marido vainilla oentodocaso sumiso", tomó la vara de medirse consigo mismo (todo empezó cuando lxs Amxs salieron a despedirse, y nos quedamos en la mazmorrita unos cuantos sumis, revoltosos cuál elfos navideños, toqueteando los juguetes, y yo dándole a los muebles).
Y bueno, se enganchó el tío, y ella, y su Esposa-propietaria, sonreía complacida aunque "ojiplática", mientras él lucía su sonrisa de sádico y su estilo, vivo y educado de zurrar, que flipábamos con el dominio que tenía.
Y ahí viene lo jugoso del tema: ¿Se le da importancia? ¿No?
A mí lo que más me gustó fue la tolerancia y el buen humor con el que se desarrolló todo, el durante y el "day after", que allí seguíamos unxs cuantos, porque una cosa es ser abierto, comunicativo y tal de boquilla, y otra poner las cosas en práctica de verdad CON TU MARIDO DE TODA LA VIDA.
Y adaptarse uno a lo que venga. Y aceptarlo.
Lo dicho, presioso, que a querer se aprende queriendo, y yo allí vi mucho amor.
Hala, Felisañonuebo.
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